Contra y más allá de la ciudad

Rueda Libre*

@8cerxs

1.

Hace más de dos años que tomamos la bicicleta, ya no sólo de forma recreativa, de movilidad u organizativa, sino también como herramienta de trabajo. Tratamos de que esta poca o mucha experiencia se construya de manera colectiva desde Toluca y fuera de ella; de hacerlo no desde el victimismo, sino de una postura en ofensiva hacía el poder; tratando de entender sus dinámicas desde lo cotidiano para pensar más allá de la ciudad. No buscamos llenar, aún más, de información las redes sociales, pero sí gritar que aquí estamos, para encontrarnos con más miradas que están rodando y luchando.

2.

En el 2020, poco después de que nos diéramos cuenta de que el encierro no iba a durar 40 días, cuando empezaron a sentirse los estragos del desempleo, la crisis del servicio de salud (que no es otra cosa que más de 30 años de privatización y despojo del neoliberalismo) por hospitales llenos, familiares enfermos; vimos que lo más inmediato para poder sostenernos era tomar la bici y repartir. En esos momentos ya había comenzado el encierro obligatorio dado por el Estado. Esto implicó que quienes trabajan en la calle tuvieran que encerrarse a fuerza de la policía, la guardia nacional y el ejército.

Este contexto no pasó sin el descontento y la protesta; artistas, malabaristas, comerciantes, salieron a la calle para exigir que se les permitiera vender o el apoyo mínimo para aquellos que se les cerró sus espacios para tocar, bailar etc., y ganar lo necesario para producir su vida. La respuesta que tuvieron fue represión, encarcelamiento de varias personas o el silencio.

Ante esto, hubo actividades que se tomaron para poder reproducir la vida, una de ellas fueron los bazares en línea, principalmente de mujeres que comenzaron a vender ropa de segunda mano. Fueron ellas las primeras alianzas que tuvimos; dándonos los paquetes de manera clandestina en los parques ya que, el Estado municipal con agentes vestidos de civil y granaderos detrás de ellos golpeaban y quitaban la mercancía de quienes ocupaban los espacios so pretexto de las medidas preventivas ante el virus del COVID. Después de más de un año, las medidas tomadas por el estado se fueron haciendo más laxas para un regreso a una nueva normalidad, volvió el comercio, pero la policía no se fue y el sistema de videovigilancia se fortaleció.

La pandemia y las medidas represivas del Estado acentúan y muestra que el espacio público no nos pertenece a todes, “(…) nadie puede pretender ocuparlo, únicamente es la policía quien tiene el derecho a circundarlo. El espacio público es un territorio estatal” (Aléssi Dell’Umbria, 2008: 35). Es así cómo la división entre lo público y privado legitima las formas capitalistas vinculadas a la ciudad. Estas formas de habitar marcan un imperativo dónde y qué hacer, dónde pintar y dónde no, dónde vender y dónde no, quien (las franquicias, cafeterías, plazas) y quien no (comerciantes, nenis, bazareñas, ambulantes).

 

3.

La ciudad es una trampa, en la cual ratoneamos sus calles, los autos, haciendo que salten del miedo cuando nos logran ver.

Las violencias que  hemos vivido han sido distintas y múltiples: enlistarlas sería un tormento, desde atropellamientos por parte de guardaespaldas de funcionarios del estado, policías impidiendo nuestro paso para solapar a conductores que nos han empujado, policías persiguiéndonos sin ningún motivo, queriendo revisar nuestras pertenencias de manera arbitraría; nos han apuntado con armas, golpeado, tirado en medio de la ciclovía. Esto, para nosotrxs, no tiene que ver con la explicación simplista (y hasta fascista) de que la humanidad es una mierda, tampoco reducimos el problema a una falta de cultura vial por parte de los automovilistas, porque la cultura vial aquella que se basa en el respeto a la ley, que prioriza al ciclista, es la misma que nos asesina. No es suficiente que la cultura se vire a crear un “enemigo natural” (el cochista) y que al mismo tiempo permite (o no se cuestiona) la producción infinita: de los autos, cómo también la misma producción en masa de bicis.  Una “nueva” cultura vial que solapa y re legitima al capital y a la ciudad con un discurso bicifrienly.

La ciudad es una forma en donde se han cristalizado relaciones mercantiles-capitalistas, es el “territorio encargado de gestionar, administrar y regular el ejercicio del poder y la valorización, control y explotación de las fuerzas productivas” (Rodada Xnticiudad, 2022). El proceso de producción y consumo necesita ser conectado ya sea para movilizar mercancías o fuerza de trabajo sea en auto, en bici o a pie.  Todo tipo de infraestructuras que coexistan a pesar de su apariencia democrática, están subsumidas a las clases que dominan. Así, la infraestructura ciclista queda adiestrada bajo el valor de uso y de cambio.

Aunque la ciudad se vista de bici, ciudad se queda. Por ello, el final más honesto para la ciudad no es que se regule y permanezca, sino que se destruya, se invada y okupe: que no sólo se detenga el consumo de autos sino su producción, YA NO necesitamos MÁS autos, pero tampoco más bicis, no necesitamos que salga cada año el último modelo que nadie puede comprar, las que existen, que se han sobreproducido por la industria, ya son suficientes para todes. La ciudad es el problema le pongan el apellido que se les ocurra.

4.

El capital ya no necesita de una figura del poder, una autoridad identitaria que la ejerza (Comité Nocturno, 2018). Esto lo decimos porque nos enfrentamos a discursos neoliberales que nos engañan con una idea falsa del emprendedurismo, de ser tu propio jefe. Esto vende la idea de que ya no existe un patrón que nos presiona, que “somos dueñes” de nuestro tiempo. Sin embargo, esta situación no escapa nunca del capital, todo el tiempo está subsumido a un solo horizonte: volverse un burgués, un gran empresario. El emprendedurismo se mueve como una religión que santifica a Slim, Bill Gates, Elon Musk; personajes ficticios que nos los muestran capaces de haber llegado a donde están simple y llanamente por su esfuerzo individual,  ocultando la historia de despojo y explotación que, como integrantes de su clase, los han puesto donde están.

Este discurso que ha permeado a la sociedad, a nuestros vínculos inmediatos y oculta el despojo con la retórica “bondadosa” de la generación del trabajo, que no es otra cosa que proletarizar las relaciones cercanas, de amistad, familiares o gente de su localidad donde las relaciones mercantiles se fortalecen y las relaciones afectivas pasen a ser de patrón-empleado, así como fracturando el comercio y la economía familiar.

Vemos así campañas de #ConsumoLocal donde oculta las violencias sistémicas de las que son parte y aplaudimos negocios “existosos”, que tiene un esquema de explotación empresarial, pero la diferencia es que tal vez conocemos personalmente al dueño. El pobre es pobre porque quiere”, siguen diciendo. Así también, esta ideología lleva a identificar subjetivación y explotación, dado que es a la vez patrón de sí mismo y esclavo de sí mismo, capitalista y proletario, sujeto de enunciación y sujeto de enunciado. Esto se nos hace importante decirlo porque en varias ocasiones se nos ha leído o presentado como una empresa. No somos empresaries, ni emprendedores.

No tenemos en común nada con algún emprendedor, pero sí con  lxs trabajadorxs informales, con los repartidores de aplicaciones precarizades que, si bien no estamos subsumides a la medición de la productividad formal, al castigo del algoritmo que te quita viajes por rechazar o no abrir la app, tampoco se nos quita ninguna comisión al trabajo que hacemos, sin embargo, sí compartimos el hecho de que nada tenemos asegurado, si no trabajamos, no comemos, no tenemos ningún salario fijo, ninguna institución de salud, ni ningún derecho, también tenemos el rigor de responder los tiempo de consumo y eficacia, responder lo más rápido posible. Puede que esta dinámica que nos hace saltarnos los altos, ratonear, ir a contraflujos tenga cierto conflicto con el orden estatal, pero no es antagónico al capital, porque lo importante es el intercambio de mercancías. Rodar todo el tiempo con la vida puesta en la cuerda floja, con la incertidumbre de no saber si vamos a regresar son formas de violencia que nos afecta toda nuestra existencia.

No pagarle al SAT no hace a nadie rebelde, tampoco tener un proyecto fuera de las franquicias y aplicaciones. Como bicimensajería no sostenemos ningún tipo de vanguardia anticapitalista, esta es nuestra forma de ganarnos el pan, literal, todo los días tratando de no generar formar patronales de trabajo, sino formas colectivas y autogestivas, tratando de desbordar esta forma mercantil a formas solidarias con las personas que nos acompañan. Nuestra lucha no termina aquí.

 

5.

Para nosotres la ciudad es el problema. Esto implica negar todo el reformismo que se hace desde el progresismo que le pone apellidos como ciudad inteligente, ciudad digna, ciudad feminista, ciudad verde.

Comprendemos a la ciudad como una forma/espacio donde se han cristalizado relaciones sociales gestionadas por el Estado y por el capital: los bares, cafeterías, antros son un cúmulo  de mercancías que necesitan ser conectadas para que se transporte la fuerza de trabajo, lxs consumidores y las mismas mercancías a través de su infraestructura y sus vehículos, sean automóviles o bicicletas.

Este no lugar se alimenta de las periferias (tanto de la fuerza de trabajo como de los bienes naturales), es una mentira cuando se dice que las ciudades están creciendo, lo que crece son las periferias a partir del despojo.  La ciudad tiende a convertirse en un espacio de “enclaves” separados, constituidos por la lógica de la exclusión, la segregación y el aislamiento (Nasioka, 2017, 86). No es meramente una cuestión territorial,  sino más bien es un espacio en el que se ejercen las políticas de dominación y precarización del capital-estado, sobre los cuerpos que ahí habitan, y que somos les precariades quienes vivimos estas políticas de la vida y de muerte todos los días tanto en la ciudad como en el lugar donde vivimos,  en la bicicleta, en el camino que transitamos como trabajadores, por ende las políticas progresistas de la cultura vial son inservibles para nosotres quienes padecemos los mecanismos de violencia y control del Estado. Al contrario, estas políticas, es pedir más ciudad.

6.

Ya  bastante se ha criticado al feminismo por ser identitario. Pero esto no es únicamente del feminismo autodenominado radical. El identitarismo es una racionalidad y un hacer político del capital que ha permeado en muchos espacios: así el activismo ciclista.

La política identitaria la entendemos como la cristalización de una relación entre un sector de personas, un  sujeto político con una demanda definida, por ejemplo, activistas urbanos por la implementación de ciclovías. Encontramos así una serie de compartimentos de diferentes sujetos que tienen un “guión  oficial”, unas categorías, un conjunto de derechos y leyes que le “amparan” y por las cuales debe luchar. Este último es un discurso que cada sujeto defiende como propio, aunque haya sido impuesto sutilmente”. (Galindo, 2020, 292). Este tipo de política identitaria es la domesticación de las luchas; una política positiva, que no busca cambiar el sistema, sino adaptarse; ignora otro tipo de luchas, y si las ve, la mira lejana y con recelo para involucrarse, aunque vea protestas en bici por la libertad de los presos políticos, rodadas, masas críticas por el agua y en solidaridad con los pueblos en resistencia, porque si bien se protesta en bici la razón difiere al activista ciclista. Este tipo de movimiento no tiene “la perspectiva del conjunto de las opresiones ni de la interrelación entre ellas. Cada sujeto se ha concentrado en sus asuntos y éstos han derivado en formas de control de su discurso mucho más eficaces, (Galindo, 2020, 292)”.

El activismo ciclista se niega a ver que la ciudad es el problema y le apuesta a una política positiva, es decir, aquella que no buscar destruir el capital-patriarcado-colonialidad sino adaptarlo a su identidad, es algo así como hacer cajones en esta bolsa de basura para que tengamos nuestro espacio (en este caso ciclovías), sin considerar romper y destruir la bolsa. Este activismo se nos presenta como cristos salvadores, de salvación de la otredad para legitimar sus proyectos a partir de una otredad precarizada,  nunca es para ellxs:  “la ciclovía es para las mujeres que tiene trabajo reproductivo”, “es para los trabajadores que van para su casa”, nunca es para elles, para que lleguen a sus lugares de consumo y recreativos.

Esta situación se presenta conflictiva al contrastarse con la necesidad de quienes trabajamos, de las mujeres trabajadoras, comerciantes, madres de familia ambulantes, repartidores que nos volvemos un estorbo por ocupar el espacio destinado para lxs ciclistas: redes de apoyo que están fuera de los hospitales, dando comida de manera solidaria, se vuelven les agentes incivilizades, faltes de cultura vial, y les ciclistas la policía del orden.

Siendo así, les aplauden a la franquicia que pone biciestacionamiento, pero condenan  a familias trabajadoras/ambulantes que hacen uso del espacio. Se vuelven los policías de lo correcto, defienden al Estado y piden policías para que defiendan y golpeen al ambulante que estorba en su ciclovía. Festejan que haya más personas en bici, aunque estos seamos repatidorEs, personas precarizades que lo único que nos quedó fue enfilarnos en empresas transnacionales: nos quieren explotades, miserables, pero en bici.

Defienden proyectos de movilidad que claramente están ubicados en los centros comerciales y/o estratégicos: de Colón al centro, de C.U. al centro. Para que la gran población universitaria pueda consumir libremente, para que les turistas puedan estar seguros en la zonas más gentrificadas, para que la pequeña burguesía  pueda hacer sus compras, porque ni crean que el barrio usa la ciclovía para ir a hacer la despensa en alguna plaza comercial, si acaso para ir a trabajar o de  paso  para llegar a la zona industrial, a las grandes carreteras y avenida, ahí donde diosito del ciclismo no ha mirao. Nosotres como bicimensajeres usamos las ciclovías como pura herramienta ocasional, porque tenemos que pasar ahí a trabajar, pero esta no representa ni más seguridad, ni menos: vamos a tropezones  sobre colón  en la cliclovía y a la vuelta en las torres quedamos de nuevo expuestos.

Esta política se nos ha presentado como un muro porque consideramos que el problema de la lucha por la vida no se puede ver de manera segmentada, no tiene para nosotres sentido pedir seguridad vial cuando en los barrios y pueblos se nos está quitando el agua, no tiene sentido las ciclovías si la producción de autos y, sí, también de bicis, no cesa; no tiene sentido si se pide más cuerpos policiacos cuando estos nos desaparecen, matan y encarcelan. Asimismo, es una política que se asimila al sistema, la vuelve parte de sí a través de sus programas.

El aumento de infraestructura ciclista inevitablemente se hará real y ello no debido a la eficacia de nuestros “expertos” en gestión empresarial del Estado, sino por la pujante precarización laboral que nos obliga, cada vez a más personas, a movernos en bicicleta y organizarnos para priorizar nuestra vida a las ganancias productivas, sin que ello signifique la dignificación de nuestras vidas y es ese el punto que suponemos deberíamos de estar atendiendo ¿de qué sirve las ciclovías que atraviesan las ciudades si la condición metropolitana se expande cada vez más sin freno alguno y las distancias que se recorren de punto a punto cada vez son mayores sin dar tregua en las jornadas cotidianas? (Rodada Xnticiudad, 2022)

Enclaustrarse en una política en donde se pida sólo ciclovías es tener como referencia de diálogo al Estado, fortalecerlo y cegarnos a las otras luchas que hay a nuestro alrededor. No queremos más ciudad, no queremos más Estado. Ir más allá, sin dejarla, de una exigencia de no más muertes viales, porque detrás de esto está la exigencia por la vida y esta no se puede dar de manera digna en el actual sistema. Es por ello que vemos la idea de masa crítica fuera de la idea vinculada con el número de asistentes y la constancia a las fechas establecidas, y la pensamos más bien a la multiplicidad de actores, de corporalidades, de expresiones. Un grito indefinible del acto creativo que rehúsa y desdeña todas las definiciones. un proceso y no un punto de llegada, una interrupción, un freno a los ordenamientos, a las lógicas de la ciudad y del ámbito urbano. Un sentido disruptivo que sobrepasa las demandas y que va a la construcción de un espacio contra y más allá de la ciudad, donde no haya un sujeto que la defina, no es el/la activista ciclista la que define a la masa crítica sino diversos sujetes que se encuentran en las calles para okuparlas, no para civilizar lo espacios, no para acelerar el progreso, sino para frenarlo, para destruirlo y devenir en masa.  Queremos revertir la cultura dominante por completo. Por lo tanto, identificación y asociación con un grupo no es suficiente. Las luchas divididas, basadas en identidad, no pueden destruir la realidad dominante desde su singularidad.  La masa crítica deviene más peligrosa para la autoridad cuando no sólo se trata de una movilización de “sujetos urbanos de clase media, de un grupo social oprimido en específico, sino de una convergencia fértil de dinámicas de distintos grupos sociales que dirigen conjuntamente su violencia contra la fuente de toda la explotación y la opresión.” (Galindo, 2020, 322)

Hasta aquí pensábamos concluir, no sin antes buscar el espejeo de compañeres de otras geografías para poder nutrir y criticar esta mirada que hemos podido construir. Es gracias a esto que nos hicieron mirarnos y darnos cuenta de algo que se nos estaba olvidando. Hemos vertido en casi todo lo anterior la rabia, el enojo hacia el sistema y sus racionalidades dejando algo de suma importancia; hemos hecho historia de la dominación, olvidando nuestras luchas, lo que hace digna nuestra existencia y que desborda a la ciudad, porque si bien las contradicciones nos atraviesan en nuestro hacer político, también la lucha por la vida en diferentes niveles existe, el apoyo mutuo existe porque seguimos aquí.

En ese sentido, podemos decir que en Toluca ha habido momentos de ferviente lucha, la cual ha resignificado la bici ya no sólo y únicamente como un medio de transporte, sino como un símbolo de lucha. Así cuando en el 2020 el gobierno del estado decidió aumentar el precio del transporte, varias personas salimos a protestar en bici, teniendo una tarea central en las movilizaciones: la del cuidado, es decir, cerrar calles, pero también como un escudo ante la violencia policial. La bici se hizo parte de nuestro cuerpo. De esto salieron comentarios en redes sociales como “las personas que protestan ya tienen la respuesta, hay que usar la bici”, o también susurros del cuerpo de seguridad de las diferentes instalaciones gubernamentales avisándose “ya llegaron unas bicis”, era una alerta, un “hay que estar preparados porque van a protestar”. Este proceso fue importante porque se repitió posteriormente, en todas las movilizaciones subsecuentes: la comisión de seguridad tenía que estar formada por personas en bici, ya sea en procesos mixtos o feministas. Era nuestro escudo. Esta situación desbordo tanto que en proceso recientes, en procesos no mixtos/feministas nos invitaban a ser parte de la comisión de seguridad, ya no importaba el sexo o la identidad con la que nos autodeterminamos, seamos hombre, mujer o personas no binarias lo importante era que somos personas que luchan con bicicleta.

Así mismo, con el crecimiento del movimiento por la seguridad vial, por las ciclovías, más allá de las críticas que hicimos, se ha creado un grupo de apoyo en casos no sólo de emergencia graves como accidentes viales, sino desde ponchaduras de llantas. En varias ocasiones ha sido un apoyo hacia nosotrxs: nos han auxiliado en pinchaduras, como también en el accidente que tuvimos con los elementos de seguridad de la fiscalía, el cual vino desde la presión institucional por servidores públicos que están en el activismo urbano, por activistas independientes,  y compañeres anarquistas: llamando a las ambulancias, yendo presencialmente a acuerpar, así como la cobertura mediática. Es un apoyo con-contra-y-más-allá de las instituciones y del poder.

Desde la bicimensajería pasa algo parecido, pero en el ámbito productivo. En el cual, bicimensajerxs autónomos tratamos, no sólo en no competir, en el sentido de fijar precios de envíos similares, buscando que la gente no se vaya a una u otra bicimensajería por cuestiones de costos, sino también el hecho de compartirnos servicios, en vez de negar un servicio el cual unx u otrx no puede, buscar que alguien que pueda, que pueda hacerlo. Esto es porque más allá de lo laboral lo que se busca es crear lazos solidarios con otras personas que también luchan desde la autogestion.

Finalmente, queremos ir cerrando este texto, diciendo que todo lo anterior ha hecho que la bici se haga un símbolo de lucha, que no es que sea en sí mismo una herramienta, que no es la bici lo que nos hace rebeldes, sino que somos rebeldes usando esta extensión de nuestro cuerpo. La revolución viene rodando. Todos estos procesos contradictorios entre las posturas identitarias y no identitarias, que se hacen desde las líneas de fuga no está haciendo más ciudad, sino un contra, más allá de esta: una anticiudad.

Crédito de la imagen: @Emeonse

Referencias

Aléssi Dell’Umbria, 2008, Racaille. Si ellos son gentuza… pues, yo también. Revueltas en los guetos de las metrópolis franceses. Club de espías del siglo XXI Editores

Comité Nocturno (2018) Un habitar más fuerte que la metrópoli. pepitas de calabaza ed.

Galindo María, No se puede descolonizar sin despatriarcalizar, (289-315) en Gaya Makaron (Coord.) Piel Blanca Máscaras Negras, Bajo Tierra Ediciones, México.

Nasioka, Katerina (2017) Ciudades en Insurrección. Oaxaca 2006/Atenas 2008. Cátedra interinstitucional Universidad de Guadalajara Jorge Alonso. México.

Rodada Xnticiudad, 17 de enero de 2022, Algunas consideraciones sobre la polémica ciclovía bulevar hermanos Serdán, Facebook, facebook.com/photo/?fbid=963202284334946&set=pcb.963202481001593.

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